La primera fiesta de cumpleaños tendrá lugar el 6 de enero de 2024 en la sala Jimmy Jazz. “Teníamos muy claro desde el principio que cualquier cosa que se hiciese tenía que ser en Vitoria”, más allá de que desde hace unos cuantos años Green Valley tenga su sede en Barcelona. Mientras afrontan una intensa agenda estival de conciertos, Ander Valverde y los suyos ya están diseñando la celebración de sus primeros 20 años, que les han convertido en el referente de la escena estatal del reggae.

Lo primero que se conoció de Ander Valverde fue aquel ‘El sueño perdido’...

El otro día estuve con un colega que me dijo que tenía la maqueta. ¡Pues yo no!

¿Cómo era aquel Ander Valverde?

Era igual (risas). Es recordar cosas como si hubieran pasado ayer, pero también como si fueran de otra vida. Creo, e igual es algo que piensa todo el mundo sobre sí mismo, que era muy parecido al que soy hoy. Es decir, era muy amigo de mis amigos, muy de socializar, de escribir mis canciones con los colegas... Era una época muy bonita, ese momento en el que estás un poco loco y no piensas en el futuro, en llegar a final de mes ni nada. Se estaba gestando lo que luego fue Green Valley y fue todo muy especial e intenso. Estaba muy sembrado a la hora de escribir. Me salían cosas divertidas, actuales, sociales.

Hoy aquel Ander Valverde es hasta padre. ¿El compositor ha madurado?

El paso del tiempo y las experiencias hacen que tu perspectiva cambie. No es lo mismo un chaval de 19 años que tenía toda la vida por delante y que tenía ganas de comerse el mundo, que mi yo actual. Pienso mucho en mis niños, por ejemplo. Pero aún así, como te decía, sigo siendo el mismo. Tengo 40 años pero sigo pensando que por dentro tengo 20. No soy tan diferente con respecto a cuando tenía esa edad. Igual ahora soy más tranquilo, pienso más las cosas y puede que incluso sea algo más responsable.

La apuesta por vivir de la música de manera exclusiva no es tan común como se piensa y muchas veces no sale bien.

Al principio dio vértigo, eso es verdad. Cuando fuimos a Barcelona no teníamos ni un duro. Comíamos arroz con pimiento verde. Comprábamos un paquete de arroz para toda la semana y el pimiento lo robábamos. Lo poco que teníamos lo gastábamos en hacer vida, que teníamos 24 años (risas). Entramos en el mundo laboral de Barcelona, cada uno en una cosa. Y lo que hacíamos era currar para invertir en música el dinero que ganábamos. No pensábamos en vivir de esto, lo hacíamos porque era como nuestra misión. Íbamos dando pasos y de repente nos empezamos a encontrar con que en Vitoria, Logroño, Barcelona... se escuchaban nuestras canciones. Todo se guardaba en el bote para poder grabar, pagar el local y demás. Hasta que llegó un momento en el que dijimos: oye chicos, que está entrando pasta, igual el bote da para vivir un par de meses. Fuimos poco a poco.

¿En qué andaba usted?

En mudanzas. Fui, de hecho, el primero en dejar eso que no era la música. Larrea, que curraba en una empresa de morosos, aguantó un poco más. La verdad es que éramos unos personajes. Egoitz trabaja en el Mariatchi, el bar de Manu Chao en Barcelona. Aquel lugar nos conectó mucho con la farándula de allí. Cada uno fue poco a poco dejando su trabajo. Sí, con miedo, pero llevamos más de 12 años viviendo de la música, que se dice pronto.

Y cuando uno cruza el Atlántico y se sube a un escenario delante de miles de personas que se saben sus canciones, ¿qué?

Eso es impresionante. Ahora ya estamos más acostumbrados. La primera vez que llegamos a Bogotá, según nos bajamos del avión, el promotor nos dijo ¿qué habéis traído de merchan? Llevábamos una maleta. Nos la compró al instante. Nos quedamos un poco alucinados. Antes del concierto, hicimos una firma de discos. Estuvimos ocho horas. Creo que pasaron por allí 3.000 personas. Y allí el tío vendió nuestro merchandising, que daba como para 200 personas, pero también unas 2.800 camisetas que había hecho el promotor a su bola. Hizo buen dinero (risas). Cuando llegó el concierto, fue impresionante. En Latinoamérica la gente está muy encendida.

Tienen que ser momentos en los que uno piensa que incluso lo no tan bueno ha merecido la pena para llegar a ese instante.

Todo ha merecido la pena, por supuesto. Además, hemos tenido también mucha suerte y cada día damos gracias por ello. Es que yo me tiré ocho años haciendo mudanzas. Cada vez que me llama un colega para decirme si le echo una mano a trasladarse de casa, le digo que para lo que quiera menos para eso (risas). De todas formas, la inestabilidad está ahí. Yo voy a cumplir 41 años y sigo teniendo el miedo a qué pasará en el futuro. ¿Qué va a pasar cuando tengamos 50? Ojalá seamos como Evaristo o Kiko Veneno, pero siempre está la cosa de que aquí no hay un contrato fijo hasta los 65.

En aquellos inicios estaban herramientas tecnológicas como Myspace que hoy parecen casi de la prehistoria, con todas las redes sociales y demás. ¿Ha cambiado mucho la relación con el público a raíz de esta revolución digital?

Nuestra relación con la gente ha sido, es y será muy natural. Es que somos así. El otro día, tras el pequeño concierto acústico que dimos en Jimmy Jazz para anunciar lo del 20 aniversario, nos fuimos a la Kutxi con unos chavales que habían venido a tomar algo. Nos habían visto en el Viña Rock, en un escenario grande junto a miles de personas y, de repente, nos tenían ahí, tocando a centímetros. A nosotros lo que nos gusta es conocer gente. Conozco artistas, y lo respeto, que prefieren mantener una cierta distancia. A nosotros nos gusta empaparnos de la gente y de los sitios a los que vamos a tocar. Sí que es verdad que a veces, sobre todo el tema de las redes sociales, es un poco intenso.

¿En qué sentido?

Te escribe mucha gente que espera respuesta, y siempre no se puede. Y hay gente que se molesta si no respondes o no lo haces al momento. O personas que pone comentarios muy feos y yo soy muy sensible a eso. Hay cosas que te duelen. Piensas llevo 20 años intentando hacer canciones guays, lanzando un mensaje con toda la buena fe del mundo sin hacer daño a nadie y ¿por qué me escribes eso? En esos momentos crees que igual deberías poner algo de distancia para evitarte esos malos ratos. Pero es que no nos sale. Además, luego te das cuenta de que igual tienes un mensaje malo pero 200 buenos. Nos quedamos con lo malo porque el ser humano es de taladrarse, pero no debería ser así.

Todo este camino se ha hecho sobre la base de unos géneros, sobre todo el reggae, que no son los mayoritarios. Sin embargo, la banda ha conseguido una proyección más que importante, también en otros países. De hecho, Green Valley es hoy el referente de la escena estatal del reggae.

Ahora mismo puede ser que sí. Es verdad que nosotros hemos hecho un reggae, o llámalo como quieras, a nuestra manera. Hemos visto grupos muy colegas que son más de culto al reggae y que no han trascendido igual. Es más, a nosotros hay un público que en ocasiones nos ha rechazado porque no hacíamos el reggae que ellos esperaban. Nosotros, al final, no somos jamaicanos, somos de Vitoria y hemos hecho el reggae a nuestra manera, como nos gustaba. Siempre hemos sido sinceros con nosotros mismos. Eso y que la gente se ha ido identificando con las letras nos ha servido para hacernos un hueco. Tampoco hay que perder de vista que hemos cerrado el Rototom, que es el festival de reggae más grande de Europa y dicen que del mundo. No sé cómo lo hemos hecho, también te digo (risas).

‘La Llave Maestra’, su último disco...

Es muy reggae. Sí que hay trozos de rap porque siempre he sido más rapero que cantante, aunque meta melodía. El sonido es muy roots. Aunque suena un poco comercial con respecto al reggae al uso, pero es fruto de que nosotros hemos crecido escuchando las canciones que se ponían en la radio y tenemos esa manera de hacer estructuras, de empezar los temas con un piano o... No es que pensemos que así se va a vender más, es que nos gusta así. Hay artistas muy fuertes haciendo reggae en España, pero como que se han ido por otras vertientes y nos han dejado ahí, un poco solos. Tampoco es que haya muchas bandas. Bueno, en realidad no hay mucha banda de nada. El año pasado fuimos a un festival y el día que tocábamos eran todo Dj menos nosotros.

Hoy casi ya no se sacan discos, se opta por otras fórmulas. ¿Cuáles son los próximos pasos de Green Valley en este sentido?

Estamos pensando qué hacer. Tenemos como cuatro o cinco temas hechos ya. Están guardados, esperando. Siempre nos hemos dado mucha prisa pero después de siete discos, creo que es el momento de ir más tranquilos, disfrutando más. Vemos cómo funciona el mercado hoy y, de alguna manera u otra, hay que amoldarse para estar ahí. Pero también nos cansa un poco este fast food musical que parece que se está imponiendo. No queremos entrar en esa dinámica de cada dos meses un single. Es una idea que, además, creemos que comparte el público que es de nuestra quinta. Nuestra gente, cada dos o tres años, necesita un chute de unos cuantos temas nuevos. Igual no 15, porque al final parece que ahora hay canciones que se pierden por interesantes que sean, pero sí, por ejemplo, ocho. Es una cuestión de encontrar un equilibrio y en eso estamos.

En ese mundo de las redes en particular y en la sociedad en general, parece que cada vez es más fácil y más gratuito el insulto, la descalificación, la mentira... ¿Un mensaje de felicidad como el de Green Valley no es como clamar en el desierto?

Sí y, de hecho, nos han criticado por ello.

¿Perdón?

Un medio de música estatal, de los pocos que quedan en formato de revista mensual, nos echó en cara el mensaje de buen rollo. ¿Pero qué problema hay? Claro que a veces me pongo a escribir una canción y me desahogo. Pero, en general, a mí me gusta dar luz al asunto. Y mira, no hace mucho, en el concierto que dimos en el Apolo, salió un chico con un cartel en el que nos daba las gracias porque nuestras letras le habían sacado de una depresión. Me emociono al recordarlo. Pues sigamos por ese camino, que es precioso.

Por cierto, entre ustedes, no es por nada, pero hay que saber llevarse durante 20 años...

Sí, sí. Pero es que, por ejemplo, en 20 años, Egoitz y yo no hemos discutido ni una vez. Y con Larrea igual. Las bases de la banda están muy claras y hay mucha confianza.

Más allá del concierto en Jimmy Jazz, ¿qué están planeando, que se pueda contar, para ese 20 aniversario?

Cerrado nada. Lo de Vitoria lo teníamos claro. Molaría tocar en Fueros, aunque no nos han vuelto a llamar. O en txosnas. Pero bueno. Hay mil ofertas y se entiende que a veces se puede y a veces no. Pero queríamos darle a Vitoria esa prioridad en la celebración. También te digo, que a raíz de esta historia, desde un montón de sitios nos están llegando peticiones estos días. Por ejemplo, casi seguro que se va a hacer algo en Bilbao. Y tal y como están cayendo las fichas de dominó, acabaremos haciendo gira de 20 años por Latinoamérica. Acabará siendo algo gordo, pero de momento solo hay Vitoria, que es lo que teníamos claro.

A una persona joven que le pida un consejo para dedicarse a esto, ¿qué le diría?

Me lo suelen preguntar. Ahora les veo muy obsesionados con el dinero, con la idea de hacer esto o lo otro porque genera rentabilidad. Así que les digo que no piensen en el dinero, que piensen en disfrutar, en hacerlo bonito, en que ofrezcan algo sincero, desde dentro. También que sean perseverantes, que curren mucho y que no esperen nada a cambio.

¿Qué es lo mejor que le ha dado la música?

Mi familia. Hicimos un concierto en un chiringuito de Altafulla hace 16 años, cuando poca gente sabía todavía de Green Valley, y allí conocí a mi chica, que curraba en aquel sitio. A raíz de aquello hemos hecho una familia, que es lo mejor que tengo.