Hasta hace un par de siglos, cualquiera que se apartara de la rígida senda de la normalidad era tildado de loco. Y el loco era aquél –resumiendo y yendo al grano– que deliraba. Delirar viene del latín de lira ire, un término agrario que significa “desviado del surco recto”. Hasta el siglo XVI, se decía que era provocada por los dioses, por fuerzas sobrenaturales, cuando no por el mismo demonio. Pero en 1511, Erasmo de Rotterdam publica Elogio de la locura, una obra irónica en la que el autor ensalza la locura. O más bien en la que la locura se ensalza a sí misma. Un siglo después, Cervantes publica El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, uno de los libros más leídos en todo el mundo. Con ella, con un loco como protagonista, nace la literatura moderna.

Hay que esperar un siglo más, hasta la llegada del movimiento artístico y cultural llamado Romanticismo, para que la locura sea ensalzada por escritores y artistas. Se idealiza por los románticos, incluso la abrazan como estilo de vida. Se extiende la idea de que el artista tiene que tener un punto de locura para poder crear. Bajo la lucidez de la locura desaparece, según ellos, los límites que nos imponen las costumbres y normas ideadas por el pensamiento racional, permitiéndonos conectar con las fuerzas creadoras que surgen del inconsciente.

Avancemos un siglo más para encontrarnos con Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Freud opinaba que el arte nace de la neurosis y por consiguiente de la locura. Y con él, el término muere. A partir de entonces llamar a alguien loco es considerado algo despectivo, un insulto. Y se comienza a hablar de enfermedades o trastornos mentales, de la misma que manera que siempre se hablaba de enfermedades o trastornos físicos.

En la actualidad, afirmar que la creatividad está relacionada con las enfermedades mentales se considera en el ámbito científico como una “falacia romántica”, pues según comentan los expertos en estos temas, la creatividad no surge de los trastornos mentales. Aunque un Premio Nobel de Medicina Eric R. Kandel afirmaba que, según rigurosos estudios, entre el 40 y el 50% de los escritores y artistas creativos sufrían algún trastorno del ánimo, ya fuera depresión o trastorno bipolar. Y mencionaba un reciente estudio en el que se concluía que los artistas tenían, por lo general, un 25% más de probabilidades de sufrir trastornos mentales que en otras profesiones no creativas.

Estos días en Gasteiz podemos visitar dos exposiciones que de alguna manera tienen relación con los trastornos mentales. Por una parte, en Zas Kultur, Cuatro figuras. La búsqueda del equilibrio 1977-2022 del artista Gerardo Armesto. Y a escasos cien metros, en Labe –el nuevo espacio cultural dedicado a los jóvenes que se está inaugurando estos días– podemos contemplar In my mind, de Adriana Fariñas Pérez. Dos exposiciones radicalmente dispares, pero conectadas temáticamente por el hilo de los trastornos mentales.